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Este blog forma parte del proyecto narrativo Cuéntalo Todo, bajo la dirección del maestro Sandro Cohen dentro de la materia de Redacción Universitaria del Departamento de Humanidades, División de Ciencias Sociales y Hmanidades, de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Hoy


La entrevista fluyó con normalidad. No se hizo ninguna excepción por mi condición. De hecho, el licenciado, Rodrigo, me compartió que el tenía un hermano en la misma situación. Esto hizo que sintiera un poco de alivio.

–Bueno David, pues aún me falta recibir a cinco personas más...
–Sí, entiendo– interrumpí, desanimado, pensando que recibiría muchas respuestas como esa, y que, seguramente, no tenía caso seguir intentando.
–…pero sería un tonto si te dejo ir, así que...¡felicidades, David! Estás contratado.

De pronto una sensación me bienestar me invadió. No sabría cómo describirla. Sentí que todo lo malo que me aquejaba, se había ido en un instante.

–Muchas gracias por la oportunidad, licenciado– con clara emoción y felicidad en la cara, respondí.
–Por favor, llámame, Rodrigo; que ya nos estaremos viendo por aquí más seguido– reímos, mientras estrechábamos las manos.
–Pues, entonces, ¡muchas gracias, Rodrigo!
–Bueno, David, necesitaríamos que te integres con nosotros inmediatamente. El lunes ¿está bien?
–Sí. claro. Ese día nos estaremos viendo por aquí.
–¡Perfecto! Entonces tú te arreglas con Cynthia (su secretaría), para que le traigas los papeles que necesita.
–Esta bien.
–Pues entonces eso sería todo. Gracias, David, por venir– extendiendo su mano, dijo.
–No, gracias a ti– respondí, estrechando su mano.

Cuando me disponía a salir de la sala, Rodrigo, comentó: Y no te preocupes, David, que aquí te apoyaremos en lo que necesites; cuenta con eso. En ese momento, sentí como si me quitaran un gran peso de encima. Sentirme apoyado, y además, por alguien que acabo de conocer; me hace sentir muy bien. Seguramente se debe a la empatía que siente hacia mi; por su hermano. "Ojalá todos tuvieran un conocido en silla de ruedas– ja, ja, ja".

Al salir de las oficinas; ya estaba esperándome, Joaquín. Se acercó para ayudarme a bajar.

–¿Qué pasó?– preguntó, mientras me dirigía a el auto.

Mantuve el silencio durante unos segundos.

–¡Me contrataron, cabrón!– le exclamé con lagrimas en los ojos.

La vida, otra vez, me sonreía.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Marzo

Hoy me he decidido a buscar trabajo –pero que quede claro que no fue por gusto si no por necesidad–. Se esta agotando el dinero que recibí después del accidente, y como que eso de seguir aceptando dinero de mi mamá, a esta edad, como que ya no va.

Últimamente me he sentido bien. Ya he tomado mis medicamentos con regularidad, me he acostumbrado a lo difícil que se puede volver hacer las cosas fáciles, ya no me desagradan las visitas, y menos la de mi mamá. En fin, me he sentido con ánimos de seguir adelante. Después de todo, es lo único que me queda hacer. 

Tengo que presentarme a las once de la mañana en unas oficinas sobre la calle José Maria Rico. No está bastante retirado de aquí. Me pidieron que fuera muy puntual. Cuando me comuniqué para pedir informes sobre el empleo, no comenté nada acerca de mi "problemita". Espero que no tengan inconveniente con ello.

El empleo es para desarrollar y diseñar páginas web. Soy muy bueno en eso. Parte de la "riqueza" que había acumulado fue por mis antiguos empleos. De hecho he diseñado las mejores páginas de internet en Latinoamérica  –aunque no lo crean es todo un rollo hacer páginas de internet–. Era muy reconocido, pero después de mi accidente parece que todos se olvidaron de mi.

Llegó Joaquín. Le pedí que me llevara. Hubiera sido toda una odisea transportarme yo solo hasta allá.

Llegamos con algo de tiempo de sobra. Era una casa adaptada para oficinas –muy padre, por cierto–. Cinco minutos antes de la hora acordada toqué, abrieron, me identifique y entré con la ayuda de Joaquín. La chica que me recibió pareció sorprenderse pero muy amablemente trató de ayudar a mi acompañante a cargarme y subirme, con todo y silla, por los tres escalones que había.

Una vez dentro, todos en la oficina me miraron. Una vez más esa sensación de hacerme chiquito volvió pero le hice frente y no me importó.

La recepcionista me pidió pasar a la oficina del fondo –gracias a Dios no tenia que subir más escaleras–. Entré a una sala de juntas donde ya me estaba esperando un hombre, que al verme no pareció sorprenderse de mi situación.

–¡Qué tal, buenos días! Rodrigo Arias– exclamó, extendiendo su mano.
–Buenos días, David Ponce–. Contesté estrechando su mano.



domingo, 4 de noviembre de 2012

Dolor


—¡Ay cabrón! ¡Me duele!

En mi última visita al consultorio, el doctor me regaño. Se quejó de que voy mejorando lentamente. Lo cierto es que no he tomado con regularidad mis medicamentos. –No veo para qué; no creo que me quede sin piernas. Ja–.

A veces siento mucho dolor. Es una especie de ardor combinado con mucho dolor.

Ayer recibí una visita, un amigo. Platicamos por un buen tiempo. Viejos recuerdos y ultimas experiencias eran el tema principal; hasta que finalmente salió lo del accidente. No me gusta hablar de eso. Me hizo una confesión. Dijo que mientras estuve en coma, durante siete meses, un Tanatólogo se acercó a mi mamá. Dice que ella lo corrió de la habitación gritándole hasta de lo que se iba a morir. –Ja, ja, ja. Pobre güey–.

Cuenta que  la amputación de mis piernas era imprescindible; no podían hacer nada para salvarlas. Aún después de la cirugía, tenían esperanzas de que reaccionaría rápidamente; que despertaría, pero no fue así. 

Después de algunos meses, los doctores ya eran poco optimistas. Mis probabilidades de despertar en ese momento eran mínimas. Y no era para menos, tenia contusiones por todo el cuerpo, una gran fractura que dividía mi cráneo en dos y por sí fuera poco, las piernas destrozadas. Afirmaban que quede inconsciente inmediatamente después del incidente. Estaba vivo de milagro.

Mi madre se aferró a mi. La familia le insistía que tenía que ser fuerte, que me tenía que dejar ir, que era lo mejor para mi. 

Ella no me dejo ni un momento. No dejaría a su único hijo. 

Gracias ma... otra vez.

domingo, 28 de octubre de 2012

Santa Adriana


Hoy me despertó el teléfono y no la alarma. Era mi madre
— ¡Hola hijo! ¿Cómo amaneciste?.
—Pues me acabo de despertar
—¡Ay hijo! ¿a poco te desperté? Perdóname
Como me molesta que hagan eso. Ya les dije, ¡No me marquen antes de las ocho!
—Sí, esta bien. No te preocupes
—Oye hijo, hoy te tienes que ir al doctor ¿no?
—Si ma, ¿por qué?
—¡Ah! es que te iba a preguntar si querías que te acompañara. Para que te ayude
—Sí, si quieres
—Bueno hijo, entonces ya voy para allá
—Vale má, te espero.
¡Ya estoy hasta la madre de ir al doctor! Siempre es lo mismo. Es un desmadre tener que ir en el Metro u después en el camión. Hasta deje sin carro a mi mamá (con lo de mi accidente, lo tuvo que vender), y ahora hasta ella tiene que andar arriesgandose a andar en Metro y sola, en la calle; por lo menos en el carro iba un poco más segura.

Bueno, espero que esta vez nada le pase. Hace un par de meses, venia para acá, recién tuve el accidente y estaba en reposo en cama, mi mamá llegó llorando. Algún hijo de puta la asaltó. Llorando inconsolablemente, me contó lo que había pasado. Y yo ahí, tirado en la cama, sin poder si quiera abrazarla para que se calmara un poco. Me hizo llorar a mi también.

Ya me tengo que bañar, y eso significa: la tina. Este es el único momento que tengo de relajación y reflexión. Cuando estoy fuera de ella me estreso. Vivir así y sentir que el mundo esta contra mi, me estresa.

Suena el timbre, espero que sea mi madre. Ya tengo hambre. A ver si la propuesta de la vez pasada, de hacer o ir a desayunar, sigue en pie. Esta vez prometo no ser grosero con ella.
—¡Hola hijo! ¿Cómo estas?
—¡Bien ma! ¿Y tú?
—También hijo, gracias
—Andale hijo, apúrate, ya vamos tarde
—No, aún vamos con tiempo
—¿Ah, si? pensé que era a las once tu cita
—No, es hasta la una y media
—Ah bueno. Pues entonces vamos a desayunar porque de seguro no has comido nada...

La amo.

domingo, 21 de octubre de 2012

Jueves

Abro los ojos. Un día más esta aquí para hacerme la vida imposible.


El reloj marca las ocho con treinta. Otra vez levantarme de la cama, se vuelve una tarea difícil. Estoy boca arriba y me tengo que impulsar para alcanzar un agarradera, que me han adaptado, para poder mantenerme erguido. Si ya esto es tarea difícil, después debo acercarme la silla de ruedas, subir a ella, para poder acercarme al guardarropa y hacer lo debido.

Hoy hablé con mi mamá. Habló mientras trataba de hacerme algo de comer, y digo trataba porque al final terminé comiendo un poco de cereal. 

Después del accidente mi mamá se encargo de adaptar mi departamento, para que pudiera tener a la mano todo. "Para que no te se te compliquen las cosas", decía.

Pobre de mi mamá. A sus 59 años sigue atendiendo y preocupándose por mi. Divorciada, sola y con un hijo como yo, inconsciente de las consecuencias que pueden causar sus actos. Nunca imaginé el daño que que podía causar a las personas que me rodean. Yo debería estar cuidando a mi madre. Me duele verla así, preocupada, veo en su rostro que ya no sabe que más hacer para ayudarme.

Llegó a medio día. Me saludo tan efusivamente como siempre, como si siguiera siendo su bebé. Me reconforta tanto verla.

Preguntó si ya había desayunado. —Si— respondí.
Entró en la cocina y creo que se dio cuenta que solo había comido cereal. 
—¡Hijo! Tienes que comer bien, a ver, dime ¿Qué te preparo? o ¿Quieres que compre algo para que desayunemos? Yo tampoco he desayunado— 
—No , gracias, no tengo hambre—
—Andale hijo ¡Por favor! Acuérdate que el doctor dijo que tienes que comer bien. No quiero que se te vuelvan a  infectar esas heridas, y ya te dijo que entre mas tarden en cicatrizar, seguirán los dolores—
—¡Si mamá, ya sé! ¡Pero ya te dije que no! ¡Gracias! –en serio, pero no tengo hambre.

Si, ya se; soy un arrogante. Pero me doy cuenta cuando ya se ha ido. No tuve tiempo de decirle cuanto la amo.

domingo, 14 de octubre de 2012

Hoy

Cada vez es más difícil, parece que a nadie le importa, a lo mejor en verdad a nadie le importa.


Justo ayer que necesitaba ir a una cita en el  hospital. Tengo que usar el transporte público, y en estas condiciones es tarea casi imposible. El Metro, que conocí hasta que tuve la necesidad de usarlo, estaba hasta el tope y tomar taxi no es opción para mi, el dinero me es cada vez más escaso. Con mucho esfuerzo y un poco de ayuda , pues solo algunos se toman la molestia, pude subir. Durante el viaje, que ya de por sí es ajetreado e incomodo, la gente me mira; algunos me miran con asombro, otros parecen compadecerse y la mayoría ni siquiera te ven, o hacen como que no te ven. Cuando pasa eso me hacen sentir tan mal, tan pequeño, tan insignificante, casi indefenso; que pienso que quisiera haber tenido otro final.

Ni modo, tengo que aprender a vivir así, esto es algo que tendre que soportar día tras día, tendré que vivir con la imagen de su cara dormida. Ahora mi vida solo se describe en una palabra: difícil.

Ya no se ni cuantas veces, inútilmente, me he cuestionado sobre ese día; esa noche. Si tan solo pueda cambiarlo.

Las tareas más fáciles, se han vuelta las más difíciles. Levantarse de la cama se ha vuelto tan difícil, que preferiría jamás tener que levantarme de ella. Pero cuando vuelvo a  cerrar los ojos, veo su cara otra vez. Eso me aterra.

A veces me gusta imaginar que no paso nada, que estoy bien, que no he echado mi vida a perder, llevar una vida tan normal como toda esa gente que va y viene de aquí para allá, de arriba a abajo, de izquierda a derecha; como todas esas personas que llevan una sonrisa aparentando lo felices que son, aunque por su mente crucen un sin fin de problemas.

Todos me dicen que deje de lamentarme, que todo estará bien. Se que quieren hacerme sentir mejor, pero las palabras de aliento no me sirven. Esto muy difícil.

Ellos no se imaginan lo complicada que se puede volver tu vida cuando no tienes piernas.