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Este blog forma parte del proyecto narrativo Cuéntalo Todo, bajo la dirección del maestro Sandro Cohen dentro de la materia de Redacción Universitaria del Departamento de Humanidades, División de Ciencias Sociales y Hmanidades, de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Marzo

Hoy me he decidido a buscar trabajo –pero que quede claro que no fue por gusto si no por necesidad–. Se esta agotando el dinero que recibí después del accidente, y como que eso de seguir aceptando dinero de mi mamá, a esta edad, como que ya no va.

Últimamente me he sentido bien. Ya he tomado mis medicamentos con regularidad, me he acostumbrado a lo difícil que se puede volver hacer las cosas fáciles, ya no me desagradan las visitas, y menos la de mi mamá. En fin, me he sentido con ánimos de seguir adelante. Después de todo, es lo único que me queda hacer. 

Tengo que presentarme a las once de la mañana en unas oficinas sobre la calle José Maria Rico. No está bastante retirado de aquí. Me pidieron que fuera muy puntual. Cuando me comuniqué para pedir informes sobre el empleo, no comenté nada acerca de mi "problemita". Espero que no tengan inconveniente con ello.

El empleo es para desarrollar y diseñar páginas web. Soy muy bueno en eso. Parte de la "riqueza" que había acumulado fue por mis antiguos empleos. De hecho he diseñado las mejores páginas de internet en Latinoamérica  –aunque no lo crean es todo un rollo hacer páginas de internet–. Era muy reconocido, pero después de mi accidente parece que todos se olvidaron de mi.

Llegó Joaquín. Le pedí que me llevara. Hubiera sido toda una odisea transportarme yo solo hasta allá.

Llegamos con algo de tiempo de sobra. Era una casa adaptada para oficinas –muy padre, por cierto–. Cinco minutos antes de la hora acordada toqué, abrieron, me identifique y entré con la ayuda de Joaquín. La chica que me recibió pareció sorprenderse pero muy amablemente trató de ayudar a mi acompañante a cargarme y subirme, con todo y silla, por los tres escalones que había.

Una vez dentro, todos en la oficina me miraron. Una vez más esa sensación de hacerme chiquito volvió pero le hice frente y no me importó.

La recepcionista me pidió pasar a la oficina del fondo –gracias a Dios no tenia que subir más escaleras–. Entré a una sala de juntas donde ya me estaba esperando un hombre, que al verme no pareció sorprenderse de mi situación.

–¡Qué tal, buenos días! Rodrigo Arias– exclamó, extendiendo su mano.
–Buenos días, David Ponce–. Contesté estrechando su mano.



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